«Freud no está lejos de hacer suyas las palabras de Marx: “La religión es el opio de los pueblos”. Es lícito, dice, “igualar el efecto de los consuelos religiosos a los de un narcótico”. Las religiones alimentan una ilusión: todo lo que está bien terminará bien, todo lo que está mal será castigado, un programa cuyo cumplimiento se promete después de la muerte. (…) El texto se aproxima aquí a lo que quizá siga siendo lo más vivo y actual de su crítica. ¿Cuál es la característica de las representaciones religiosas? La de ser dogmas, conjuntos de enunciados sin autor que cada uno encuentra ya presentes, constituidos de pies a cabeza, y que “demandan creencia”.»