Uno de los grandes logros del movimiento feminista hoy es, sin duda, que la palabra de las mujeres está siendo escuchada como nunca antes, y también porque ha incorporado al catálogo de la violencia machista las variadas y múltiples formas de acoso verbal y moral. Pero, al mismo tiempo, en algunos sectores de dicho movimiento se muestra una tendencia totalitaria que sataniza a los hombres, sin matices, otorgando credibilidad a las denuncias —judiciales o extrajudiciales— formuladas por quienes afirman haber sido víctimas de alguna forma de acoso o agresión sexual, poniendo la creencia por delante de las pruebas.
La corrección política al uso impone el sintagma violencia de género por delante y por encima de la diferencia sexual. Si el sexo tiene que ver con la biología, el género se revela como un constructo cultural, ante el cual los diferentes modos de gozar —gais, lesbianas, bisexuales, transexuales, intersexuales, andróginos, queer, etc.— ponen en evidencia que no existe ni ha existido nunca una sexualidad señalada como un destino en virtud de las diferencias anatómicas de los sujetos.
Como es habitual en los ensayos de Luís Seguí, a la primera parte del texto, dedicada principalmente a la reflexión teórica, se suma una segunda parte, donde se comentan una serie de casos criminales en los que los pasajes al acto se estudian desde una óptica acorde con las categorías psicoanalíticas.